viernes, 27 de febrero de 2015

¿Qué nos cuentan los clásicos?



Mi nombre es Garcilaso de la Vega. Nací en Toledo recién estrenado el siglo XVI, hace tanto tiempo que algunos críticos piensan que sobre 1499, otros dicen que fue en el 1501, pero eso es algo que nunca sabremos... 



Me llaman el "príncipe de los poetas en lengua castellana", esto es así porque yo introduje una nueva forma de escribir poesía; me marché unos años a Italia y aprendí nuevas formas y nuevas métricas, además aproveché para leer autores clásicos y aprender mucho de ellos.

Aparte de ser poeta era también caballero, de hecho mi muerte se produce por una herida en el campo de batalla; era muy joven, tendría unos 35 años cuando dejé de existir, en Niza. Tal vez por eso mi obra es tan corta: escribí sonetos, canciones, elegías, églogas... Casi todas estas composiciones tienen como tema común el amor, un amor en el que la dama se muestra indiferente y el amante sufre, entre la esperanza y la desesperanza, un amor neoplatónico. Pero no es el único tema que me gusta, también la naturaleza se muestra como un tema principal, una naturaleza en calma, idealizada, que recibe las quejas y las alabanzas del amor, un locus amoenus, seguro que a estas alturas ya estás familiarizado con los tópicos literarios...



Lo más conocido de toda mi obra son las Églogas, escribí tres, y voy a contarte muy brevemente qué quise expresar en cada una:

  • Égloga I: Unos meses antes de escribirla había muerto Isabel Freyre, mi musa, y la mujer a quien amaba, así que no me fue difícil ponerme en la piel de los protagonistas, que eran dos pastores, Salicio y Nemoroso, que se lamentaban por amor.  Salicio, se lamenta del desdén y la frialdad de la hermosa Galatea, que lo ha abandonado por otro; Nemoroso, llora la muerte de su amada Elisa. Son dos formas de pérdida amorosa, dos situaciones que a pesar de que contrastan, tienen un fundamento común: dolor por la indeseada soledad.
El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,
de pacer olvidadas, escuchando.

(...)

Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?
¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
de tus hermosos brazos anudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra,
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.


  • Égloga II: El pastor Albanio refiere sus amores por Camila


  • Égloga III: Esta tal vez es la composición poética más importante que escribí, por ser la más lograda y probablemente la última. En ella cuento cómo cuatro ninfas a orillas del Tajo bordan en sus telas sus historias de amor y de muerte.
Cerca del Tajo, en soledad amena,
de verdes sauces hay una espesura
toda de hiedra revestida y llena,
que por el tronco va hasta el altura
y así la teje arriba y encadena
que el sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido,
alegrando la vista y el oído.

Con tanta mansedumbre el cristalino
Tajo en aquella parte caminaba
que pudieran los ojos el camino
determinar apenas que llevaba.
Peinando sus cabellos de oro fino,
una ninfa del agua do moraba,
la cabeza sacó, y el prado ameno
vido de flores y de sombras lleno.

Moviola el sitio umbroso, el manso viento,
el suave olor de aquel florido suelo;
las aves en el fresco apartamiento
vio descansar del trabajoso vuelo;
secaba entonces el terreno aliento
el sol, subido en la mitad del cielo;
en el silencio solo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaban.



Y mis sonetos... os dejo dos de los más conocidos, uno de amor y otro en el que el tema principal es la mitología, concretamente la historia de Apolo y Dafne... ¿la recuerdas?




A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban,
en verdes hojas vi que se tornaban
 los cabellos que al oro oscurecían.

 De áspera corteza se cubrían
 los tiernos miembros, que aún bullendo estaban,
los blancos pies en tierra se hincaban
 y en torcidas raíces se volvían.

 Aquel que fue la causa de tal daño
 a fuerza de llorar, crecer hacía
 el árbol que con lágrimas regaba.

 ¡Oh miserable estado, oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
 la causa y la razón por que lloraba!


Para que mi estilo no muera con el paso de los años ahora vas a escribir tú un soneto recreando el mito de Apolo y Dafne, puedes contarlo todo o solo describir un momento puntual. Recuerda que los sonetos son poemas de 14 versos endecasílabos, compuestos por dos cuartetos y dos tercetos; y ten en cuenta que mis poemas suelen ser sencillos, tristes y melancólicos... y uno de los rasgos que más me caracterizan es que antepongo los adjetivos a los sustantivos (dulce nido, triste canto, cansados años)

¿Te atreves a imitarme? ¡Espero vuestros comentarios!



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